Siete consideraciones respecto al vicio de leer

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Por: Carlos Salazar S.

Carlos-Salazar

Decía Jean de la Fontaine, “Cada cual tiene su vicio propio, en el que continuamente recae.” En este sentido, cada vez somos menos quienes caemos y recaemos en el vicio de la lectura. Digo bien y repito: vicio. El “único vicio saludable” según Marco Aurelio Denegri es, la lectura, “Uno se envicia saludablemente con la lectura cuando ésta es sostenida, constante y voraz.” (Esmórgasbord, p.70.) La sexta acepción de vicio en el DRAE dice, “Gusto especial o demasiado apetito de algo, que incita a usarlo frecuentemente y con exceso.” Desgraciadamente, el apetito por la lectura escasea y abunda más bien, la inapetencia.

 

Primera consideración. Del mismo modo que inocular es contagiar, también lo es inmunizar. Así por ejemplo puedo afirmar, lo inocularon contra la rabia. En este sentido, el asiduo a la lectura diligente y culta será inmune a la estupidez. En la actualidad, los más, rehúyen a la vacuna de la lectura y prefieren seguir padeciendo la enfermedad de la ignorancia.

 

Segunda. La tecnología y en especial la televisión, la computadora y la Internet, son los principales enemigos de la lectura. Pero existe otro oponente, aún más fiero, nuestra propia naturaleza. Me explico, el ser humano rehúye al esfuerzo y para leer hay que esforzarse por concentrarse. Para entender esto, basta con saber que el cerebro está en constante dispersión. Dice Denegri, “La concentración y el estado de alerta son ocurrencias cerebrales raras. El cerebro tiende más bien a la dispersión y busca siempre estímulos para entretenerse, distraerse y complacerse, pero no para concentrarse ni percatarse.” (Miscelánea humanística, pp.220, 221.)

 

Tercera. Existen algunas condiciones que propician la lectura —atención, propiciar no es garantizar—: a) tener una biblioteca en casa; b) convivir con modelos de lectores; c) destinar tiempo a la lectura y d) procurar un espacio de recogimiento y concentración, iluminado, cómodo y exento de ruidos.

 

Cuarta. Llama la atención el discurso despropositado de aquellos que promueven la lectura veloz con argumentos anodinos. Se cree, equívocamente, que la lectura rápida es lo ideal. No hay peor falsedad. La literatura es arte y por ende pretende crear belleza, así que hay que disfrutarla con paciencia. La poesía, por ejemplo, es imposible leerla a paso acelerado, hacerlo es perderse la profundidad de sus versos. Un ensayo, menos, pues el lector acucioso, leerá, al mismo tiempo que comparará, discordará, recordará y formulará nuevas ideas. En la velocidad esto no se puede hacer. Hay quienes pueden entender y leer rápidamente, pero difícilmente disfrutarán como se debe y menos aún generarán nuevas ideas. Serán raros los casos de personas que puedan leer con rapidez y esmero conjuntamente. La belleza hay que disfrutarla con calma.

 

Quinta. Algunas personas leen con asiduidad por la misma razón por la cual otros escriben: huir del mundo. Muchos lo han afirmado así; verbigracia, M. Vargas Llosa quien habla de la insatisfacción con el mundo y el deseo de sustituirlo por otro. Tomás Eloy Martínez dice, “Escribimos por disconformidad con la realidad y el mundo.”

 

Sexta. El gusto y el aprecio por la lectura no se pueden enseñar. Menos aún si ya está instalado —como en la mayoría— el disgusto por la lectura. La necesidad de leer es algo tan personal, que sería imposible inculcársela a otro. Gusto, interés y necesidad no se pueden imponer.

 

Séptima. Luis Jaime Cisneros cita a Gracián, “Leer nos hace persona” (Aula abierta, p.321) En efecto, si el mundo está como está, es porque el ser humano, lo es cada vez menos, entre otras razones, porque no lee.

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